Recuerdo con cariño la leyenda que, siendo niña, me contó mi abuela:
Estando una familia ocupada en las labores del campo, concretamente en la recogida de la hierba, su hijo pequeño jugaba en las lindes del prado.
El niño, poco a poco, con sus juegos se fue alejando y, sus padres ocupados en sus tareas, no se percataron de ello.
Pasado un tiempo, se dieron cuenta de la ausencia de su hijo y comenzaron su búsqueda sin éxito.
Los padres dieron la voz de alarma y todo el pueblo se unió a la búsqueda del pequeño.
La noche fue cayendo, y siendo noche cerrada, decidieron abandonar y volver a sus casas para continuar buscando al amanecer.
Imaginen las largas y angustiosas horas que vivirían la familia y el pueblo entero unidos ante tanta desdicha.
Con las primeras luces del día, reanudaron la búsqueda, y bien entrada la mañana, cuentan que encontraron al niño bajando tranquilamente por un camino hacia el pueblo.
La alegría fue enorme y después de abrazar a la criatura le preguntaron dónde había pasado la noche…, a lo que el pequeño respondió:
“Estuve con un señor que tenía un palo muy largo y un perro. El señor me cuidó, me dio de comer e hizo fuego para que me calentara”; y yo, le decía al perro:”Titi que te memes home, que te caes en la mume”. Después me dormí junto al señor.
Los que escuchaban las palabras del niño estaban asombrados y llegaron a la conclusión de que “el hombre” que había cuidado al pequeño, había sido San Antonio.
Relato narrado por Marifé Álvarez Rodríguez, de Polvoredo